Muchas de las obras literarias del medioevo carecían de autor definido, sobre todo las de corte popular, transmitidas oralmente de un juglar o un bardo a otro. Esto atiende también a las bajísimas tasas de alfabetización que caracterizaron a la sociedad de esta época, en que la letra estaba reservada para el clero.
De igual forma, muchas obras de carácter más atrevido o trasgresor, escritas por los propios monjes y sacerdotes, permanecían anónimas para evitar la persecución de la Inquisición católica.
Los autores medievales estaban sometidos a menudo a los escritores clásicos y a los Padres de la Iglesia católica, y tendían a reescribir historias, que habían oído o leído, de forma embellecida, más que a crear historias nuevas. E incluso cuando creaban una nueva historia no suele quedar claro quién era el autor, ya que atribuían ciertas ideas a otros libros de otros autores. Esto hace que el nombre de los autores individuales sea poco o nada importante y por ello, los grandes trabajos de la época nunca son atribuidos a una persona en concreto.

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